“La quimera del oro”: la epopeya cómica de Chaplin que definió una era
- Humilde espectador

- hace 1 día
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En 1925, Charles Chaplin estrenó la que él mismo consideraría siempre su obra predilecta: La quimera del oro (The Gold Rush). Esta producción de la United Artists fue, en su momento, el proyecto más ambicioso del cineasta y una de las cumbres del cine mudo. Con nueve rollos, un presupuesto considerable para la época y un rodaje que combinó exteriores reales con maquetas y efectos innovadores, Chaplin creó una historia que unía la comedia física, la ternura y lo trágico en un equilibrio casi perfecto.
La película fue reestrenada en 1942 en una versión revisada, con música y narración del propio Chaplin, lo que permitió a una nueva generación descubrir la poética inocencia del vagabundo. Desde entonces, La quimera del oro ocupa un lugar indiscutible entre los grandes clásicos del cine.
Un buscador de oro, un sueño imposible y una cabina al borde del abismo
Chaplin interpreta al ya mítico Charlot, aquí convertido en un solitario buscador de oro que llega a Alaska a principios del siglo XX. Una tormenta de nieve lo obliga a refugiarse en la cabaña de un forajido, Black Larson (Tom Murray). Poco después se suma al improvisado encuentro Big Jim McKay (Mack Swain), un minero que acaba de descubrir un filón extraordinario.

Este triángulo forzado da lugar a algunos de los momentos más célebres de la película: desde la lucha por una escopeta que gira sin control hasta la célebre escena de la alucinación de Big Jim, quien, muerto de hambre, imagina que Charlot es un enorme pollo listo para ser devorado.
Tras separarse, Charlot llega a un poblado minero donde conoce a Georgia (Georgia Hale), una hermosa bailarina de la que se enamora perdidamente. Entre la ternura y el patetismo, Chaplin construye aquí algunos de sus momentos más recordados: el de Charlot arrastrando accidentalmente a un perro mientras baila, o el de la famosa “danza de los panecillos”, una secuencia que se ha convertido en uno de los iconos universales del cine mudo.
En un giro melancólico, Charlot prepara una cena de Nochevieja para Georgia y sus amigas, pero ellas olvidan la invitación. La tristeza del personaje, solo en su cabaña decorada con esmero, anticipa uno de los elementos más singulares del cine de Chaplin: la capacidad de mezclar humor y tragedia sin renunciar a la humanidad del personaje.
Finalmente, Big Jim —que ha perdido la memoria del lugar donde halló su filón— busca a Charlot para que lo ayude a recuperarlo. En la aventura final, ambos quedan atrapados en la cabaña mientras esta, al borde de un precipicio, se balancea peligrosamente en una escena que aún hoy se considera una proeza técnica del cine mudo.
Tras recuperar la fortuna, Charlot se convierte en un hombre rico. En el barco de regreso al continente encuentra de nuevo a Georgia, y juntos se encaminan a un futuro luminoso.
Una obra revolucionaria en todos los sentidos
La quimera del oro supuso un enorme avance tanto artístico como técnico. Chaplin pulió al máximo su estilo, combinando la comedia física con una narrativa más compleja y emocional. En el reestreno de 1942 añadió una banda sonora y su propia voz como narrador, además de reestructurar algunas secuencias. Esta versión mereció nominaciones al Óscar para James Fields (sonido) y Max Terr (música).
El escritor Alexander Woollcott, a quien Chaplin dedicó la reedición, resumió la esencia del protagonista mejor que nadie: en la “inagotable galantería” de Charlot veía “al más excelente caballero de nuestros días”.
Lo que dijo la crítica
La recepción del filme fue entusiasta desde su estreno. La prensa estadounidense coincidió en señalar su equilibrio único entre humor, ternura y dramatismo. Entre las opiniones más destacadas:
The New York Times elogió la película como una comedia “repleta de poesía, patetismo y humor”, superior incluso a otras obras maestras del cine mudo.
Harriette Underhill, del New York Tribune, afirmó que describir sus virtudes era “como declarar que Shakespeare fue un buen escritor”.
El New York Evening Post subrayó el “agudo sentido dramático” de Chaplin y su capacidad para elevar la comedia por encima del promedio cinematográfico.
Mildred Spain (New York Daily News) la llamó “la más divertida y patética de sus películas”.
Para Dorothy Herzog (New York Daily Mirror), el público “sacudía el cine de risa”.
El legado de una joya del cine mudo
Más de un siglo después de la fiebre del oro en Alaska y casi cien años tras su estreno, La quimera del oro sigue siendo un referente fundamental del cine clásico. Su mezcla de humor slapstick, emoción genuina y sofisticación técnica resume lo mejor de Chaplin y lo mejor del cine mudo.
Como él mismo dijo en múltiples ocasiones, esta fue la película por la que quería ser recordado. Y lo logró: La quimera del oro no solo es un hito de la comedia, sino una obra que sigue inspirando a cineastas y espectadores de todas las generaciones.




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